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Como un alma en el terreno


Fidel era como un ángel. Recuerdo que en el Campeonato Mundial de béisbol de 2001 no rendí todo lo que hubiese deseado. Cuba quedó campeón, pero yo estaba triste. Cuando llegamos a La Habana, me puso la mano en el pecho y me dijo: «No ha pasado nada, a seguir jugando». Solo eso me levantó el ánimo. Volví a levantar la cabeza.


Su sensibilidad no tiene comparación. Le debo a él las gestiones para que mi esposa y yo pudiéramos ir a México para realizar un tratamiento de fertilidad. De ahí nacieron dos hijas. ¿Quién hubiera hecho eso, si no él?


Eduardo Paret, quien atesora el título al mejor pelotero juvenil del


mundo en 1990 y mejor amateur del mundo en 2005, rememora el orgullo que sintió al entregarle a Fidel la bandera que llevó el equipo nacional al primer Clásico Mundial, en el que conquistaron la medalla de plata, para muchos el resultado más notable de la pelota cubana.


Recuerdo que me dijo: «La defendieron con honor, eso es lo que esperábamos de ustedes». Y me invitó a sentarme a su lado en el acto.


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